domingo, 27 de septiembre de 2009

EL SEÑOR KORDURAS Y SU TIEMPO (1990). CAPÍTULO 4


IV.- DE CÓMO FUE DESINFECTADO EL COCHE OFICIAL DEL SEÑOR MAGISTRADO ADURASPENAS, DEL FAMOSO PROCESO DE LAS EXCRECIONES DE PAQUIDERMOS Y DE LA NUEVA RESIDENCIA DEL HINDÚ SABÚ.
A raíz de este suceso, la Audiencia Provincial emitió una discutida sentencia, a la sazón, por la demanda presentada por un ciudadano al haberle sido retirado su vehículo de la acera pública por un grupo que el Señor Magistrado de la Audiencia denominó “incontrolados”. No consiguió éste, como hubiese deseado, apreciar robo, ni hurto, ni tan siquiera utilización ilegítima de vehículo de motor –pues lógicamente, éste no había sido utilizado ni legítima ni ilegítimamente-.
Sin embargo sí fue apreciado por la magistratura que “dada la costumbre de aparcar tales vehículos dotados de motor y de un volumen considerable para realizar el traslado humano por carga”, no podía entenderse que éstos fuesen objetos abandonados, ni perdidos. Y que “cualquier retirada de éstos sin permiso del dueño, o sin ser decidida por la Autoridad Competente, si bien de tal hecho no puede deducirse una conducta delictiva, si puede considerarse como una acción contra el orden público y las buenas costumbres, y como tal sancionable” y bla, bla, bla.”
El señor Korduras convocó a la Sociedad de manera urgente. No podía ser tolerada tal insolencia, que el poder se acogiera a formas arbitrarias, conceptos tan etéreos –orden público, buenas costumbres, juego peligroso, peritajes insolventes–, para enmendar la plana a la Sociedad. Es más ¿Acaso era buena costumbre colocar un automóvil en plena acera? ¿Era eso Orden Público? ¿U Orden Púdico? ¿Orden Pudiente, quizá?
Tras los acuerdos tomados por la Sociedad, dos semanas más tarde, el señor Korduras y el señor Fernández viajaron a la costa para recoger un cargamento venido de la India, enviado por conocidos del señor Agudo es tan misteriosos y calenturientos lugares.
El señor Korduras y el señor Fernández alquilaron un camión con chófer incluido para transportar al pequeño Sabú a su nuevo destino. Era Sabú una preciosidad de elefante indio de seis toneladas y de color gris pálido, con colmillos adornados a la manera del Godavari y un precioso velo de seda azul tormentoso ajustado a su frente con collarines de perlas de las Lacdivas.
Toda la Sociedad se reunió en la Plaza de la Catedral, a dos pasos del Ayuntamiento para recibir a Sabú. Para sus desplazamientos urbanos se había preparado una gran plataforma a motor, como exigía la sentencia. El joven Sabú, algo asustado, pero ante todo sumiso, subió a la plataforma entre los aplausos y vivas de los miembros y los rostros atónitos del respetable, que no tenía noticia, como era de esperar, de que circo alguno hubiese llegado a la ciudad.
De esta manera, los señores Korduras, Agudo, Fernández, Cabales y Ensuhuicio, así como algunos pequeños cuyas madres a aquellos confiaron su custodia, subieron a la plataforma junto a Sabú, y Korduras a la cabina que tenía el animal sobre su lomo. El chófer se prestó divertido a manejar la plataforma, que se dirigió a la Plaza del Ayuntamiento en primer lugar, donde Sabú vitoreó al alcalde a base de bramidos y resoplidos, y posteriormente fue conducido a las puertas de la Audiencia, donde en lugar para ello habilitado y previa extracción del permiso de estacionamiento en el expendedor de tickets más cercano, Sabú quedó aparcado para desesperación de la Presidencia del Tribunal. Y dióse la casualidad de que tras Sabú se encontraba aparcado el automóvil oficial del ignominioso magistrado Aduraspenas, y el animalito, de manera tan natural, sintió la imperiosa necesidad de limpiar sus intestinos de tanta hierba ingerida durante el trayecto. El automóvil del Señor Presidente de la Audiencia quedó en estado
lamentable y fue la comidilla durante meses el esfuerzo sobrehumano que se hubo de hacer para que el vehículo recuperase su anterior aspecto, descartando que recobrase su anterior olor. Pues es sabido que la plasta de hierba digerida por los herbívoros puede poseer un olor profundo –dadas las repetidas digestiones que realizan– a lo que hubo que añadir que el pobre Sabú andaba con las tripas algo revueltas por el trajín del viaje en barco. Sus excreciones resultaron, para más inri, disolutas y chorreantes, perdiendo la natural textura compacta que éstas suelen tener.
Por supuesto, la reacción no se hizo esperar. El aparente responsable del elefante, fue llamado por el tribunal para mostrar el título de propiedad (o arrendamiento del paquidermo) y el certificado de residencia de éste. Curiosamente poseía el Señor Korduras el Título Oficial de Domadores de Circo en su Rama de Animales Voluminosos, el certificado de vacunas veterinarias exigidas por los Tratados Internacionales de desplazamiento de paquidermos y el título de adopción del animalito. Claro está, los jueces no se atrevieron a dudar a la veracidad del título, ya fuera por ser el membrete el propio de la Universidad de Cambridge, ya porque una investigación acerca de la certeza del diploma retrasase la búsqueda de un culpable. Culpable que debía ser sancionado con el mayor rigor, sujeto de un castigo ejemplar. “Por que nadie, ni siquiera un elefante, puede defecar sobre los vehículos de la justicia, sobre el Sumo Poder que vela por los generales intereses, que imparte lo que es justo y lo que es injusto, que es garantía de la democracia de cada día”. Estas y otras muchas gaitas dijo el Señor Aduraspenas –Presidente de la Audiencia y víctima excremental– a un periódico local, denominando atentado premeditado al suceso, terrorista sin escrúpulos al señor Korduras y banda de mafiosos y viles sujetos organizados a la Sociedad. Y en su delirio afirmó que de no haberle sido vetado el caso –ya que la ley le impedía participar al ser parte directamente implicada– habría aplicado en toda su extensión la Ley Antiterrorista.

Aduraspenas sabía bien que sólo podría ser apreciada cierta responsabilidad objetiva en el comportamiento de Korduras. De todas maneras, y en previsión de males mayores, don Juan Luis fue alojado en la dependencias del Psiquiátrico por orden del magistrado suplente.
Se basó el abogado acusador en la infracción de la doctrina del Tribunal, pues se contravenía con el acto lo anteriormente por éste sostenido (y por el propio Aduraspenas dictado). Argumentó el fiscal que si se eximía de responsabilidad al señor Korduras, dada la premeditación de su conducta, quedaría impune un acto en detrimento de la sacralidad de los tribunales. Así como la Audiencia condenó a unos degenerados que se dedicaron a estampar globos llenos de pintura en las fachadas de los juzgados, debía ser condenado el señor Korduras por estampar excrementos en los vehículos oficiales, que no son sino una extensión de la justicia para el transporte de sus agentes.
El señor Ensuhuicio, abogado defensor de don Juan Luis Korduras destrozó la acusación del señor Aduraspenas, y demostró que en ningún momento el señor Korduras infringió la ley, sino todo lo
contrario, que la observó, y no sólo ésta, si no también la jurisprudencia del tribunal. Pues como éste consideró era acción que seguía el orden público y las buenas constumbres no impedir el aparcamiento del vehículos de considerable volumen y aptos para el traslado humano, entre los cuáles habría de incluirse el “elefante sobre plataforma”. Es más, debía entenderse que el excremento del animal se categorizaba en el mismo tipo jurídico que el humo y gas desprendido por un automóvil, pues no cabía hacer diferencia por su olor, textura y estado, más o menos sólido. Así, si no era sancionable la expulsión de gases por los vehículos hacia los que tras él se encuentren, por analogía, tampoco debía serlo la expulsión de sustancias de naturaleza distinta pero de idéntica procedencia. El magistrado suplente hubo de aceptar las tesis del Señor Ensuhuicio y exoneró al señor Korduras de toda responsabilidad, obligando previamente a la Sociedad, como empresa que adquirió el animal, a sufragar los gastos que ocasionaron la limpieza y desinfectación del coche del magistrado. Hubo Aduraspenas de tragarse la interminable serie de apelaciones allí y acullá. Korduras fue desalojado del Psiquiátrico en los subsiguientes días, siendo Sabú quien fue a recibirlo, realizando con posterioridad un monumental desfile por el centro de la ciudad en homenaje al acierto judicial, que rara vez solía darse. El pequeño elefante fue donado al zoológico provincial para diversión de los niños y los mayores, si bien queda constancia de que el señor Aduraspenas jamás acudió a dar golosinas al pobre animal, como si fuese culpable el bicho de cómo ha de regular su estómago.
El coche oficial del señor Magistrado aún rezuma a los aromas de la jungla india.

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